Desde la aparición de la agricultura, millones y millones de plantas han sido transportadas de un lugar a otro (sobre todo sus semillas) para su plantación. El desarrollo agrícola ha permitido que numerosas especies vegetales hayan podido ser cultivadas en diversos lugares del mundo. Este fito-trasiego mundial lleva consigo el movimiento de una serie de acompañantes que no somos capaces de ver, pero que si somos capaces de cuantificar económicamente los daños que causan. En los últimos tiempos hemos empezado a oír hablar del ébola de los olivos, la temida Xylella fastidiosa.

El oro, ese metal por el que el ser humano se desvive, y que ha condicionado la riqueza o pobreza de muchos países. Desde hace mucho tiempo ser buscador de oro era una profesión que si bien podía dar pocos resultados, una piedra pequeña de ese material la hacía rentable. También ha sido motivo de numerosos casos de esclavitud. Tantas y tantas personas que han arriesgado su vida en minas de los cinco continentes. Y también ha sido un motor de creación de empleo allá donde una mina se situaba cerca.

El arbolado urbano que adorna las vías de numerosas ciudades no solo generan un agradable panorama. Científicos de universidades de Brasil e Inglaterra han publicado recientemente en la revista PLOS ONE una investigación titulada “Los árboles en las calles reducen el efecto de la urbanización sobre las aves”.

Un estudio realizado en la región de Bandiagara (centro de Mali) ha concluido que una de las mejores maneras de luchar contra la malaria en esa zona es la eliminación de especies de flora exótica.